Josefina Robirosa, Antológica 1956-1997

Del 15/3 al 15/5 se puede visitar en Casa Victoria Ocampo una muestra que revisa y revaloriza la producción de la artista plástica argentina.

“El cuadro se pinta solo. Al pintar hay un mapa interior que uno pone afuera. Claro que el cuadro es mejor cuanto mejor es ese mapa”.

Josefina Robirosa -de ella es la cita- ciertamente tenía un atlas maravilloso en su interior, un mapamundi que traspasó las fronteras de los estilos, una cartografía que utilizó para pintar una trayectoria plena de riqueza y sentido, un plano que la guió en sus numerosas búsquedas y que derivó en múltiples hallazgos. Muchos de ellos forman parte de “Antológica 1956-1997”, la muestra que se exhibe en Casa Victoria Ocampo, en Barrio Parque. Con esta contribución a la revisión y revalorización de la obra de Robirosa, el Fondo Nacional de las Artes(FNA) abre el calendario de exposiciones artísticas temporarias 2018, año de su 60º aniversario.

Desde sus inicios en la pintura, Josefina fue una personalidad del mundo del arte. Como Victoria Ocampo, se destacó cuando las mujeres reconocidas en su medio no abundaban. Y también como la escritora, Josefina tuvo un rol esencial en la historia del FNA. En la década del 90, y durante ocho años, formó parte del directorio de la entidad. En 2016, el FNA la distinguió con el Premio a la Trayectoria Artística en la disciplina de Artes Visuales.

Mercedes Casanegra, curadora de la muestra, comenta que Robirosa llegó a la escena artística de Buenos Aires en el período de difusión del arte abstracto en Buenos Aires. Recuerda que, a mediados de los años 50, la artista recibió el llamado del marchand Alfredo Bonino para invitarla a exponer junto a Domingo Bucci y Jorge de la Vega.

En 1957, fue invitada a participar de un grupo de artistas reunido bajo el nombre de ´Siete Pintores Abstractos´, entre quienes se contaban Martha Peluffo, Kazuya Sakai, Rómulo Macció y Clorindo Testa.

En esa época, Robirosa “practicaba una abstracción cálida, en oposición a la fría geometría; de expresión espontánea, inmediata, en un tono contenido y sutil”, según Casanegra. “Utilizaba finas líneas, que disponía, a menudo, en círculos y de manera rítmica. Trazaba espirales siderales con energías restallantes, que plasmó en témperas, dibujos y monocopias”, agrega. De fines de esa época datan las primeras manifestaciones de su interés por la energía invisible que atraviesa a las personas, a otros seres animados, al universo, a las máquinas imaginarias.

Hacia 1967, Robirosa empezó a experimentar en pintura con líneas, franjas de colores y juegos geométricos que se alternaban creando volúmenes, una versión de arte óptico. “En esa vertiente, se lanzó a la tridimensionalidad con esferas de material sintético de un tamaño menor a un metro de diámetro. Se trata de objetos que se aproximan al arte pop. Luego, abandonó los volúmenes y lo óptico continuó sobre el plano. Líneas, figuras sintéticas, aparición del cuerpo humano, juegos de luz, ópticos y geométricos. De 1969 a 1975 se recluyó en un replanteo de su obra que gestó un cambio radical de su imagen, el cual surgió a través del dibujo”, explica Casanegra.

Hacia mediados de la década de 70, la obra de Robirosa transitó hacia una abstracción figurativa que caracterizó a la futura serie nombrada como “de los bosques”, iniciada en 1978. “He roto las barreras que aprisionaban a mis figuras”, dijo en el momento del cambio.

Este encuentro con la naturaleza, así como otras obras que refieren a otros momentos de su obra, pueden verse del 15 de marzo al 15 de mayo en la muestra de CVO.

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