El músico y coreógrafo Mariano Pattin obtuvo el Primer Premio en la categoría de Danza y Teatro Físico del Concurso de Artes Escénicas del Fondo Nacional de las Artes.
Mariano Pattin tenía 21 años cuando rindió un importante examen de piano en el quinto año de la carrera. “Había estudiado con un gran maestro como es Roberto Caamaño. Practiqué durante varios meses durante dieciséis horas por día sentado en el piano. Cuando llegó el día del examen tenía dos huevos en las muñecas que -luego me entero- eran quistes sinoviales producidos por el esfuerzo. Me saco diez, me felicitan y me auguran una carrera internacional. Una semana después entré en depresión. Me di cuenta que si la única forma de ser pianista era estudiar así no lo iba a poder hacer. Estaba entre la espada y la pared”.
Casi 35 años después recuerda ese
momento bisagra en su vida sentado en un café de Palermo. La excusa
para repasar su carrera es el primer premio que obtuvo en la
categoría Danza y Teatro Físico del Concurso de Artes Escénicas
que organiza el Fondo Nacional de las Artes. Un jurado integrado por
Ricardo Sobral, Brenda Angiel y Pablo Ruiz Díaz distinguió su
performance Sentado, llamada así precisamente por la posición
de los pianistas al tocar.
Coreógrafo, bailarín, músico y
pintor, este multifacético artista es ante todo un investigador, un
explorador del canto, la dramaturgia y las artes plásticas. “Todo
lo que descubrí en mi vida, todo lo que hago ahora tiene que ver con
mis conflictos con el piano. Tenía dolores, me sentía restringido.
Siempre fui extremadamente musical, pero no me sentía, desde el
punto de vista kinético, hábil para llevar adelante esa
sensibilidad”, recuerda.
Luego de ese examen-bisagra, Mariano
decidió cambiar de rumbo. Recordó sus clases de yoga y se acercó a
las disciplinas somáticas, aquellas que ponen al cuerpo en el eje
todo. Empezó a trabajar con una maestra que adhería al método de
la pianista chilena Fedora Aberastury, creadora del Sistema
Consciente para la Técnica del Movimiento. “Cambié mi manera de
tocar. Mientras tanto se dio en mí otra revolución: empecé a hacer
teatro, pero de un tipo muy físico basado en el entrenamiento
corporal”.
Unos pasos más en su carrera y se topó
con el trabajo de Moshe Feldenkrais, creador de un sistema pedagógico
integral que interrelaciona la conciencia, el funcionamiento
biológico del cuerpo y el entorno. “El de Feldenkrais es un
trabajo enorme con diferentes enfoques, que estudia el proceso de
aprendizaje a través del movimiento”, dice y explica: “Desde
chiquitos aprendemos a lidiar con la gravedad para poder sobrevivir.
Las redes neuronales se producen justamente por esos
micromovimientos que realizamos desde bebés. Luego esas actividades
se ordenan y se convierten en hábitos”.
Esta técnica considera al esqueleto
como una estructura que, organizada, puede permitirle a una persona
“sentirse sin peso, liviano”. Se trata de una invitación a
desaprender o deconstruir los hábitos adquiridos por y para el
movimiento. En definitiva, le brinda a los artistas herramientas
para vincularse con su función de una manera “más amplia y
creativa”.
El origen de la obra
En esa búsqueda, Pattin escribió un
trabajo que tiene mucho de autorreferencial. En 2002, en la materia
de “Historia de la Cultura” de la licenciatura de música de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) le pidieron un trabajo que relacionara un texto sobre el concepto de
“obra abierta” de Umberto Eco, otro sobre los campos de poder de
Pierre Bourdie y otro libro sobre la belleza y la estética de Hans
Gadamer. De ese cruce surgió su tesina Sentado, una investigación sobre los hábitos funcionales, emocionales y de pensamiento de una persona que se entrena para triunfar: un pianista, que luego adquirió la
forma de la performance premiada por el FNA.
Mariano diseña a partir de su tesis
una obra (“abierta”, diría Eco) en donde el punto de partida es
un pianista al que el director, presente en la misma escena, le va
corriendo el instrumento de lugar hasta que el músico se queda allí,
sentado e impotente.
“Mi tesis reflexionaba sobre la
educación en general, pero en particular, la de la música
académica, que formatea al pianista para ser un solista. Es una
educación basada en objetivos, habilidades y competencias y en la
que no cumplimentar con determinados cánones te eyecta del camino”,
asevera.
Para el autor, el campo del piano es un laboratorio para observar este “ordenamiento adiestrador” de la educación formal. “Esto habla de la potencia en la impotencia. Lo que proponen Feldenkrais (y otros métodos como el de Rabine) es cómo a través del movimiento (y la voz) se puede generar una conexión con lo más potente de sí. Cómo hacer para ofrecerles a las personas en general, pero a los performers de cualquier tipo en particular, una batería de herramientas y experiencias que lo hagan salir de su impotencia y lo conecten con su potencia”.
Un punto de vista que traslada también
el espectador, al que considera un co-creador. “La obra no es de
un autor como producto; tal vez sí como proyecto. El autor construye
las reglas, pero ese día el cómo se jugó lo construimos entre
todos”, explica.
“No me interesan más las obras como
formato restringido. La premisa es que participemos juntos en un
intercambio creativo- señala-. Es un posicionamiento ético,
político y humano que cuestiona las relaciones de poder en el
espacio de la obra. Sos protagonista. Como autor te doy ese espacio”.